Reliquias de san Ignacio de Loyola y devoción en Nueva España

Desde la llegada de la Compañía de Jesús al Virreinato de la Nueva España, en 1572, la orden difundió la devoción al padre Ignacio. Las cartas anuas de la Provincia de México de fines del siglo XVI y principios del XVII narran los milagros que el fundador de la orden obraba a través de objetos que lo representaban o le habían pertenecido. La narración de estos milagros formaba parte de una campaña que la V Congregación General (1593-1594) había iniciado para elevar a los altares al jesuita. 1

La V Congregación Provincial Mexicana, celebrada del 2 al 9 de noviembre de 1599 en el Colegio de México, también se sumó a esta empresa. El día 8 por la mañana se preguntó a los congregantes “si sería conveniente pedir otra vez a nuestro padre [General] que se hiziese nueva diligencia de parte de la Compañía en pedir a su sanctidad la canonización de nuestro bienaventurado padre Ignacio”. Todos respondieron “que sería cosa de gran consuelo, y que como tal se propusiese a nuestro padre”. 2 Unos días antes, el 4 de noviembre, la Congregación había elegido por votación al padre Antonio Rubio como procurador a Madrid y Roma, y al padre Nicolás Arnaya como sustituto. Es decir, en caso de que el primero no pudiera viajar a Europa por algún motivo, lo sustituiría el segundo. Para cumplir con sus funciones, se les dio

…poder y facultad para poder hallarse en nombre de esta provincia, y tener voto en cualquier congregación o congregaciones de procuradores o generales, si se offreciese, como para otras qualesquier elecciones o negocios, con toda la plenitud que esta provincia puede communicarles, y que dure esta facultad por todo el tiempo que qualquiera de los dichos padres procuradores se detuviere en Europa, antes de volver a esta provincia… 3

De este modo, correspondió a Rubio llevar las peticiones de la Congregación a Roma, entre las que estaba la canonización de san Ignacio. Debió salir de Nueva España por el mes de abril de 1600 en compañía del hermano coadjutor Pedro Sánchez. Cumplió los deberes de su oficio con “tanta solicitud y fidelidad, como en sus despachos verá”, pero no regresó a América. El padre General Claudio Aquaviva le dio licencia para quedarse en España a imprimir un curso de filosofía, pero la principal razón —escribió al provincial Francisco Váez— “es, porque servirá más por acá que por allá, pues conforme a lo que V. R. ha escrito, ni él ha de gobernar allá, ni ha de leer ni exercitar sus letras, por las razones que V. R. me ha apuntado. Y en España podrá ayudar con su talento en letras, especialmente siendo como dicen que es, tan aficionado a Sancto Thomás, y seguidor de su doctrina, que, para los tiempos que corren es una parte importantíssima”. Desconocemos los argumentos que Váez le dio a Aquaviva para que el doctor Rubio no pudiera desempeñar su labor en Nueva España. Finalmente, se estableció en Alcalá de Henares donde murió en 1615. 4

En “trueque”, el General envió al padre Ildefonso de Castro con el nombramiento de Provincial y a 23 misioneros, entre los que se encontraba Andrés Pérez de Rivas. 5 Castro se embarcó hacia la Nueva España en 1602 y debió viajar con la sucinta respuesta de Aquaviva a la petición de la Congregación de impulsar la canonización del padre Ignacio: “Ya se han hecho y se van haciendo las diligencias convenientes, y las que se dexan de hacer, es porque, al presente, no se tienen por convenientes”. 6 Además de los religiosos, es plausible pensar que el nuevo Provincial también trasladó “objetos de devoción” que aumentaran la del “bienaventurado padre Ignacio”, como retratos y reliquias, para distribuir en la Provincia Mexicana.

Las cartas anuas siguieron narrando milagros o “casos particulares” que se realizaron a través del “santo padre Ignacio”, como fue el uso de una imagen que pertenecía al colegio jesuita de Guadiana, actualmente Durango, fundado en 1596 y ubicado a 900 kilómetros al norte de la Ciudad de México, lo que muestra hasta donde llegaban esos “objetos de devoción”. Los devotos, enfermos y moribundos solicitaban a los padres del colegio el retrato de su fundador —una pintura sobre lámina con vidriera— y lo ponían en la parte del cuerpo enferma y/o lo invocaban con gran devoción. Esta imagen se hizo célebre por los numerosos prodigios que realizó. También se informa de la existencia de una reliquia, “un pedacico de su casulla”, que tenían “unas señoras”. 7 Sin embargo, no eran las únicas imágenes y reliquias que se conservaban en ese tiempo en Nueva España. En la Casa Profesa de la Ciudad de México había un retrato y una carta autógrafa, y en el Colegio Máximo una “firma suya”. 8

Ignacio de Loyola fue beatificado en 1609 y canonizado en 1622, ambos eventos fueron celebrados por la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús con grandes festejos en las ciudades de México y Puebla. A partir de entonces, la devoción al santo y sus reliquias fue en aumento. En la noche de 1659 se incendió “un cajón de un chino barbero” en la plaza mayor de la Ciudad de México y, con el fin de apagar el fuego y que no se extendiera a los portales, el arzobispo sacó el Santísimo Sacramento mientras que miembros de diversas órdenes religiosas llevaron imágenes de sus santos. Los padres de la Compañía acudieron con “una carta” de san Ignacio 9 , acaso la que resguardaba la Casa Profesa.

A partir de la expulsión de la orden, en 1767, estos objetos se dispersaron o perdieron. En el Museo Manuel Ignacio Pérez Alonso de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, ubicado en la Ciudad de México, se conserva un ostensorio que contiene, en el espacio asignado para exponer el Santísimo, un recorte con el nombre “Ign.o” escrito en tinta ferrogálica. (Imagen 1) Esta “firma” está pegada sobre otro papel de forma oval con la siguiente inscripción en tinta roja: “IHS MANO PROPRIA DEL SANTO”, en alusión a que el nombre es autógrafo. (Imagen 2) Aunque no es posible confirmar la autenticidad de la firma, pues ésta fue recortada de un documento del que no se tiene información, es muestra de la devoción al fundador de la Compañía de Jesús, a sus reliquias y a otros objetos que debieron ser trasladados por los procuradores, de Europa a Nueva España, a través de su amplia red de comunicación.

Imagen 1. Autógrafo de San Ignacio de Loyola (detalle). Museo Manuel Ignacio Pérez Alonso. Ciudad de México. Foto: Verónica Zaragoza.

Imagen 2. Autógrafo de San Ignacio de Loyola. Museo Manuel Ignacio Pérez Alonso. Ciudad de México. Foto: Verónica Zaragoza.

Verónica Zaragoza

 1 Jonathan E. Greenwood, “Los milagros americanos de Ignacio de Loyola y la red de información transatlántica de los jesuitas”, en Hispania Sacra, LXXII, 146, julio-diciembre 2020, 491-499.

2  Monumenta Mexicana, VI, edición de Félix Zubillaga, S.J., Roma, Institutum Historicum Societatis Iesu, 1976, p. 647.

3  Ibidem, p. 645.

 4 Francisco Zambrano, S.J. y José Gutiérrez Casillas, S. J., Diccionario Bio-Bibliográfico de la Compañía de Jesús, t. XII, México, Editorial Tradición, 1973, pp. 726-755.

 5 Agustín Galán García, El “Oficio de Indias” de Sevilla y la organización económica y misional de la Compañía de Jesús (1566-1767), Sevilla, Fundación Fondo de Cultura de Sevilla, 1995 (Colección “FOCUS”, núm. 8), pp. 219-220.

 6 Monumenta Mexicana, op. cit., p. 653.

 7 Monumenta Mexicana, VIII, editados y anotados por Miguel Ángel Rodríguez, S.J., Roma, Instituto Histórico de la Compañía de Jesús, 1991, pp. 180-186.

 8 Francisco Javier Alegre, S.J., Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús de Nueva España, t. II, Roma, Institutum HIstoricum S. J., 1958, p. 192.

 9 Gregorio Martin de Guijo, “Diario de sucesos notables”, en Documentos para la historia de Méjico, tomo I, Méjico, Imprenta de Juan R. Navarro, 1853, p. 413.

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